Acordaron verse en el lugar de siempre, era un día
lluvioso, igual que sus ojos desde su separación. Él la estaba esperando, como
de costumbre, arribaba 10 minutos antes que ella para elegir la mesa, el lugar
más retirado del resto de las personas, ya que era bastante factible que ella
comenzara a llorar, no por reproches, no por nostalgias, sino por la
emotividad que sentía fácilmente.
Eligió la mesa del rincón, allá en el fondo al lado
derecho, donde la luz no funcionaba del todo bien y ante esa disfuncionalidad y
los 50 centímetros de separación que brindaba la mesa, sería más fácil que se
mantuviera entre tanta tensión una sobriedad que funcionara como catalizador.
Era un misterio para todos el porque decidían
seguirse viendo, especialmente para ellos dos, quizá él aún quería verla porque
estaba enamorado de sus ojos, verdes y profundos, como explorar un bosque
virgen o una laguna llena de secretos y de emociones, su frase recurrente era
“déjame vivir en tus ojos, aunque sea un ratito” dicen que cuando alguien
quiere vivir en los ojos o en la persona, es para saber cómo te ven o qué
piensan al respecto de ti, lo cual es absurdo pues la magia radica en el
misterio y en la incógnita, él quería vivir en sus ojos simplemente para
reposar, tener un refugio agradable para variar, un escape seguro del mundo,
sea nadando en la laguna de sus ojos o retirando la virginidad del bosque que
vive en ellos.
Ella lo quería seguir viendo porque en 10 años, era
el único hombre que había podido amar, aunque ese amor los hubiera destruido, a
ella dejándola en un mar de tristezas, atrapada en un oleaje de nostalgias y
desamor, con el eterno miedo de sentir el rastro de sus labios en su piel, el
sonido de su voz en el viento o el azote de los recuerdos cuando más se
sintiera vulnerable. A él, simplemente resignándolo a una vida solitaria, con
una inexplicable adicción al té verde.
Azuré
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