Descubrí la insuficiencia de las
palabras en tu ser, en una exploración del momento en la cual te vi y te
escuché. Quizá el detonante o mejor dicho, lo que me hizo comprender que no
encontraría manera verbal de expresarme, fue el choque de nuestras miradas, tú con tus ojos profundos y fulminantes
congelando la escena y todo lo que sucedía a nuestro alrededor, silenciando al
mundo para que solo se escuchara tu voz, tu risa y la percusión estruendosa que
salía de mi pecho. Yo con mi ingenuidad y escepticismo que fueron anulados,
cuando me maravillé al ver cómo levitábamos, nos volvimos ligeros, como un par
de plumas balanceándose en el viento, lejos de caer, entorpeciendo el tiempo
para que avanzara lenta y detenidamente, riendo en cada brisa, mirándonos, más
aún, enamorándome de ti.
Fue como si estuviéramos en una
dimensión distinta. Compartíamos un mismo espacio con el resto de la gente, sin
embargo estábamos en una cápsula que separaba nuestro tiempo y nuestro espacio,
donde tú marcabas las pautas y el ritmo del movimiento, especialmente de mis
labios que permanecían entreabiertos del asombro de todo lo que pasaba por mi
cabeza en ese momento, y que se abrían un poco más, al ver como cada vez nos
alejábamos más y más del suelo, elevándonos ilimitadamente.
Y esa taquicardia, permaneció en
mi pecho incluso en la mañana siguiente, cuando desperté, sentía que el corazón
se me salía del cuerpo, había escuchado del vuelo, lo había visto en películas
o lo había leído en libros, sin embargo no lo creía algo real, estaba
convencido de que este poeta estaba destinado a la miseria emocional, condenado
a la inestabilidad, incapaz de volar, a pesar de que le daba alas al resto de las personas, regalándoles sonrisas o versos. Pero a mi nadie me las daba y no las necesité, bastó con el misterio de
tu alma para que comenzáramos a levitar.
Incluso en los breves instantes
en que reinó el silencio, me gritabas con tus ojos, los pude leer a la
perfección, solo quería besarte, hacernos inmortales con la intensidad de nuestros labios, saciar la sed de mi alma, no podía pensar en ninguna otra cosa, pero no
quería alterar el desorden que habíamos ocasionado en el tiempo, quizá si
irrumpía todo hubiese regresado a la normalidad, además, esa risa, tan
constante e hipnótica, había que dejarla salir en su totalidad.
Nos separamos, diciéndonos adiós,
sin embargo, no he bajado del cielo, cada vez veo más lejano el suelo, pero ya
no te veo a ti, te busco entre las nubes y grito tu nombre a las ondas del
viento, y no hay respuesta alguna, me mantienes aéreo y la taquicardia que se ha
apoderado de mi cuerpo no permite que baje, al contrario, ha despertado un
hambre de ti, una necesidad de ti y un anhelo de ti.
No me has visitado en mis sueños,
pero te apoderaste de mi mente durante el día, y te pregunto ¿cuándo volverás?
Ó al menos, saber si tú comenzaste a levitar por mi, o fue por algún amor ajeno
a este que clama por tu amor, te espero en nuestra nube sobre la que vuelo, dama del viento.
Azuré
Describe un sentimiento que creo que muchos hemos sentido, algo tan fuerte que nos une tanto y tanto en un mundo metafísico con otra persona, pero que aparentemente, a la luz del día, no nos puede alejar más de ella. Sólo añoramos.
ResponderEliminarLo leí en voz alta, y me recordó a Benedetti leyendo sus poemas.
es la voz de un feliz enamorado sin duda... un shock de vida para el poeta que antes andaba triste entre sus textos
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