Como se ha vuelto una costumbre,
emerges de todos lados, te he visto en pinturas, te he respirado en las flores,
has resurgido con la primavera y te has adormecido con el invierno, has
madrugado al otoño porque te encanta y has lanzado tus rayos durante todo el
verano. Estamos ya en un punto en el cual nos hablamos a través de canciones, y
la gente dice que el amor no existe y lo tachan a uno de loco cuando asegura
que somos llaves de cuartos que existen debajo del pecho, en el núcleo del
alma.
Haz llegado a mi vida como el
mar, o al menos eso pensé, eres distinta, las olas del mar, vienen y van, tú te
quedas, siempre, incluso en espíritu, cuando nuestros cuerpos se ven separados
por las intermitencias extrañas de la vida. O que sin ser extrañas, para
nosotros lo son, pues nos resulta extraño estar separados. Lo cual… ¿Nos hace
extraños? La gente se puede quedar con su parranda, con su alcohol y sus
fiestas promiscuas, el mundo puede cambiar y evolucionar de manera cotidiana,
nosotros permanecemos igual, al menos, esa es nuestra estrategia, asimilar
monotonía a los ojos huecos y superfluos, nuestros cambios y evoluciones son
distintas, nacen de una emoción, es decir, de los destellos del nuestros
respectivos cuartos.
Gente con ojos superfluos, en un
principio, creí que lo único que te distinguía del resto del mundo, a parte de
tu ternura, tu amor tus afectos,
era que eres y has sido una mujer etérea, pero me equivoqué, además, tienes
atardeceres en tus ojos, y ¡son verdes!, a veces claros, a veces obscuros,
mucho tiene que ver tu humor y la intensidad del sol, por ello digo, tu humor.
Tienes amaneceres en tus ojos, y
es la única explicación para el hipnotismo que me causan, una alienación
pasional y significativamente profunda, es decir, son como una pincelada de
color, de vida, de amor, de pasión, son una infinidad de posibilidades y mejor
aún, son ambivalentes, así como dicen una cosa, significan el infinito, el
infinito está en tus ojos.
La aspiración más mediocre es
nadar o habitar ojos ajenos, nosotros tenemos un mundo dentro y fuera de
nosotros mismos, entonces, podemos ver desde el núcleo, es decir, tu cuarto, o
desde el mío, como al atardecer, te posas de diversas formas con diversas
intensidades, regalando el hermoso atardecer de tus ojos, regalando una
expectativa más al anochecer, prometiendo un sueño más al amanecer.
Al final, todo tomó perfecto
sentido, la mujer etérea, obviamente amaría y anhelaría el atardecer, sería la
guardiana del mismo, le recuerda a algo, no sabe a qué, pero la conforta, la
hace feliz y lo quiere compartir con quien ama, olvida que ya lo hace, porque
el atardecer, solo es una proyección de sus ojos, porque el atardecer, está en
sus ojos, vive condenada a adorar el atardecer, olvidando que con cada
pestañear, lo invoca.
Azuré.