lunes, 16 de diciembre de 2013

Atardeceres en tus ojos

Como se ha vuelto una costumbre, emerges de todos lados, te he visto en pinturas, te he respirado en las flores, has resurgido con la primavera y te has adormecido con el invierno, has madrugado al otoño porque te encanta y has lanzado tus rayos durante todo el verano. Estamos ya en un punto en el cual nos hablamos a través de canciones, y la gente dice que el amor no existe y lo tachan a uno de loco cuando asegura que somos llaves de cuartos que existen debajo del pecho, en el núcleo del alma.

Haz llegado a mi vida como el mar, o al menos eso pensé, eres distinta, las olas del mar, vienen y van, tú te quedas, siempre, incluso en espíritu, cuando nuestros cuerpos se ven separados por las intermitencias extrañas de la vida. O que sin ser extrañas, para nosotros lo son, pues nos resulta extraño estar separados. Lo cual… ¿Nos hace extraños? La gente se puede quedar con su parranda, con su alcohol y sus fiestas promiscuas, el mundo puede cambiar y evolucionar de manera cotidiana, nosotros permanecemos igual, al menos, esa es nuestra estrategia, asimilar monotonía a los ojos huecos y superfluos, nuestros cambios y evoluciones son distintas, nacen de una emoción, es decir, de los destellos del nuestros respectivos cuartos.

Gente con ojos superfluos, en un principio, creí que lo único que te distinguía del resto del mundo, a parte de tu ternura, tu amor  tus afectos, era que eres y has sido una mujer etérea, pero me equivoqué, además, tienes atardeceres en tus ojos, y ¡son verdes!, a veces claros, a veces obscuros, mucho tiene que ver tu humor y la intensidad del sol, por ello digo, tu humor.

Tienes amaneceres en tus ojos, y es la única explicación para el hipnotismo que me causan, una alienación pasional y significativamente profunda, es decir, son como una pincelada de color, de vida, de amor, de pasión, son una infinidad de posibilidades y mejor aún, son ambivalentes, así como dicen una cosa, significan el infinito, el infinito está en tus ojos.

La aspiración más mediocre es nadar o habitar ojos ajenos, nosotros tenemos un mundo dentro y fuera de nosotros mismos, entonces, podemos ver desde el núcleo, es decir, tu cuarto, o desde el mío, como al atardecer, te posas de diversas formas con diversas intensidades, regalando el hermoso atardecer de tus ojos, regalando una expectativa más al anochecer, prometiendo un sueño más al amanecer.

Al final, todo tomó perfecto sentido, la mujer etérea, obviamente amaría y anhelaría el atardecer, sería la guardiana del mismo, le recuerda a algo, no sabe a qué, pero la conforta, la hace feliz y lo quiere compartir con quien ama, olvida que ya lo hace, porque el atardecer, solo es una proyección de sus ojos, porque el atardecer, está en sus ojos, vive condenada a adorar el atardecer, olvidando que con cada pestañear, lo invoca.


Azuré.