Emergiste una mañana, con un
silencio sepulcral, te posaste en mis ojos
Con tu tacto me paralizaste y con
tu mirada dijiste lo que mis sueños
Jamás supieron interpretar,
tienes un lenguaje distinto, hablas con la voz
Del alma, es en canto, pero es
dulce y confunde porque se presta a alucinar
Por ello en las noches en vez de
viajar hago tiempo y espacio en mi mente
Recuerdo aquella escena que nos
separó, mirando de este lado del puente colapsado, tu rostro maltratado. ¿De
qué color son tus lágrimas?, ya no puedes regresar, cómo te desgarra el
sufrimiento ahora que ves lo que dejaste acá. ¿Qué sientes cuando los árboles
te cortan? ¿Cuándo tu sombra resplandece? Y ¿Cuándo tu llanto es mudo?
Siempre te quise enseñar a volar,
es sencillo, pero te inventé un potencial del cual careces. No se enseña a
volar, se nace volando, somos distintos.
Yo soy poeta y pensé que tú
serías poema, pero no pude conjugar los versos de tus labios, ni la prosa de
tus ojos, insistí con la rima de tu piel, de consolación me resigné, al
descubrir la simetría de tus brazos y a mi me gustabas más en desorden.
Nosotros te vemos desde acá, mis
soledades y yo, reímos del pasado cuando no jugamos a las cartas, hemos hecho
una amistad inquebrantable, y como una parte distinta de mi sombra, me siguen a
todas partes, es lindo. Pero con tu ausencia, la luna ya no se presta a
dirigirme la palabra, pero poco tienes que ver en eso, está negada a hablarme…
bueno, por ella.
No te lo había comentado, cuando
te fuiste y explotaste el puente, llegó ella. Me ofreció repararlo, pero me
negué. No podía ni escuchar lo que ella decía, era tanto lo que irradiaba su
sonrisa, deslumbrante y tierna, que me perdía en el túnel simétrico pero
desordenado, formado por las distintas coordenadas de su cuerpo.
Pero por encima de todo, sus
labios, rojos y dulces. Realmente no podría saberlo, aunque su sonrisa
cristalina y sus dientes de azúcar presumieran como ciertas mis sospechas. Desde
entonces olvidé como hacer gestos distintos a sonreír, no me quedó más remedio,
esa mujer me condenó a ser feliz para siempre. Qué ironía.
Ahora ocurro puntual a mi cita
con mis ex soledades, a jugar los naipes, mientras reparto las cartas les
cuento las nuevas desventuras de mi alma. Con el puente colapsado en el panorama y tus lágrimas, azules de tu ojo
izquierdo y rosas de tu ojo derecho, resbalando entre los escombros, intentando
cruzar a este lado para compartirme tus tristezas y el olor de tu llanto. El
brillo del sol hace que vea el reflejo desde lejos, pero tu cara ahora es
amorfa y como un arcoiris, pero no uno lindo, sino un arcoiris de tristezas y
fracasos.
Regreso a casa, con la pintora de
mis sonrisas, la observo concentrada, mientras con su cuerpo, su ropa y su
rostro trabaja en su nueva obra. Aunque con vicisitudes en su teleología en
temática felices, eran en contextos variantes. Me acerco a ella y beso los
versos de sus labios, rozo las rimas de sus brazos y me pierdo en la prosa de
sus ojos, retrocedo y la observo completa, un par de alas salían de su espalda.
La inmortalicé, la hice poema.
Azuré.
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