Miro por la ventana mientras
avanzo, pareciera que los pinos a los costados de la ferrovía sonríen al
progreso. Enfrente de mi está ella, la mujer con la que he vivido por cuatro
largos años y ni se imagina lo que siento por ella.
Compartimos este pequeño
compartimiento, como una pequeña habitación, tiene dos sillones pegados a la
pared y se puede instalar una mesa plegable entre los dos para tomar el té.
Como no es un espacio tan amplio,
de vez en cuando abro un poco la ventanilla, para que refresque y la
temperatura en el cuarto disminuya, no sé, soy adicto a que expire vaho cuando
habla, la hace ver más linda, me provoca darle calor.
El juego de su aliento es muy
particular en el frío, toma formas y habla cosas que ella no dice, hace unas
horas cuando recién abrí la ventanilla, me estaba comentando de su recién
compromiso con Alfonso, sin embargo todo lo que decía tomó forma de ardilla y
mientras ella seguía hablando, la pequeña ardillita se impulsaba más y más,
trepó por la pared y se colocó en la red donde colocamos el equipaje, desde
allí me miraba.
Se detenía cuando era bastante
evidente que estaba distraído o cuando parecía que veía algo real, se detenía,
dejaba de hablar y me cuestionaba entre risas, volteando su mirada hacía la
dirección que mis ojos apuntaban, riendo un poco más al percatarse que no hay
nada.
Hace apenas seis años que la
conozco, sin embargo, sé que desde antes de nacer yo estaba loco por ella,
seguramente nos hemos encontrado en vidas pasadas, desde que ingresé a la
universidad, sin saber cómo, sabía que a ella la buscaba, algo así como una
asignatura pendiente.
Éramos vecinos, ella vivía en el
cuarto de enfrente el 201, a su izquierda vivía Carlota en el 203, yo era el
202 y Roberto el 204, fueron muchos fines de semana en los que salíamos los
cuatro juntos, los días más felices de mi vida, hasta que el idiota de Roberto
trajo a su amigo Alfonso, y el bastardo llegó con el ímpetu y el valor que a mi
me falta, eso fue hace cuatro años, no sé quedé en verdad desolado.
El casero enloqueció y pidió a
muchos que desalojaran sus departamentos, iba a unir los cuartos de los números nones
pues de ese lado del edificio rentaría oficinas, algo completamente estúpido e
incoherente, pero bueno, el dinero habla, ya lo ven.
Entonces derrumbamos la pared que
dividía el cuarto de Roberto y el mío y Carlota y ella se mudaron con nosotros.
Nos fue más sencillo así, somos jóvenes, no tenemos muchos ingresos para darnos
el lujo de tener cada quien nuestro departamento, además, verla salir en las
mañanas recién levantada de su alcoba, es la única prueba fehaciente que tengo
de que Dios nos quiere ver felices, fuera de eso, solo puedo pensar que es el
maestro de la sátira.
Hace un año le propusieron
matrimonio y el próximo mes se casa, de hecho me pidió que la acompañe a ver
las cabañas donde será y le ayude con la logística y la organización del
evento. Ella ignora que aquí en este mismo compartimiento del tranvía le
propondré matrimonio, traigo el anillo de mi madre (que en paz descanse) en el
bolsillo de mi abrigo.
Interrumpe bruscamente su habla y
mueren todas las figuras y las formas que había tomado su aliento. Se cambia a
su lado, pasa su brazo por detrás de
su cuello y se acerca a su oído y le dice “¿te quieres casar conmigo?”, ella
sonríe y asiente con la cabeza, lo besa lentamente y disfrutan el resto del
viaje.
Abre los ojos y dice “perfecto,
eso haré”, toma aliento, inhala
profundamente, infla su pecho, interrumpe bruscamente las emisiones de
su boca y en eso, se desliza la puerta del cuarto en el que estaban y entra él,
Alfonso, hijo de puta, ¿qué hace aquí?, pero si llevamos horas en este viaje, ¿dónde
estaba?
-Perdona la tardanza amor,
encontré a unos clientes en el bar al abordar el tren y me vi obligado a
acompañarlos unos tragos pero se convirtió en unas horas.
-Bah, descuida, Carlos ha hecho
buena compañía, pobre no lo he dejado ni si quiera hablar, ¿ibas a decir algo?
-No, nada, ja, solo que me alegra
mucho que pronto se vayan a casar.
Azuré
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