lunes, 5 de agosto de 2013

Besos Violentos

Usualmente lo odiaría, me conozco, con todo el rencor que sé generar y con el dramatismo que corre por mis venas, me sería bastante fácil odiarlo y hacer de todas estas eventualidades una historia trágica, seguramente buscaría la manera de inmiscuirme en sus vidas para recuperarla, pero a mi nadie me robó la felicidad. Yo le di la espalda durante años, cuando mueves el kaleidoscopio de tus ojos, aprendes a observar las cosas que realmente valen la pena, ya no hay tantas divisiones ni colores que distraen de lo que importa.

¿Por qué no lo puedo odiar?, debería, es algo que sé hacer con maestría y con bastante facilidad, se podría decir que odiar es algo que incluso me… ¿llena?, no eso sí que es miserable y yo solo soy un hombre que disfruta de la tristeza, no de la miseria. A decir verdad, creo que nunca he podido odiar, solo levantaba barreras de desprecio y pedantería, pero me estoy desviando del tema, ¿por qué no lo puedo odiar?

Quizá es porque gracias a él puedo ver lo que siempre he querido, lo que siempre he anhelado y lo que procuré desde mi prisión a través de los años… Su sonrisa, Dios mío que deleite, ¿han visto esas curvas? Es un medio círculo perfecto, ¡que dientes! Me invitan, incitan a mantenerlos visibles, que esos labios no se muevan de lugar, bueno al menos que sea para besarme.  Y de repente, los veo moverse y sí, están sobre los suyos, de arriba a abajo, se  concentra unos segundos en el labio inferior, como si lo saboreara o extrajera algún dulce de ellos y después besa el de arriba aunque con menor intensidad, quizá es porque no tiene tan buenos labios como los míos, ella disfrutaría más de los míos.

Le está sacando el alma de su cuerpo a través de su boca y enfrente de mi, carajo, con qué descaro… los veo separarse lentamente el uno del otro y ahora se miran los ojos. Malditos cursis y ridículos, contaminan mi vista, bueno tú no, solo el ladrón de sueños que está fanfarroneando enfrente de ti.

Entre tantos nombres que le puedo dar, “ladrón” no es uno de ellos. Yo solo cometí un fraude, engañé a mi corazón, fui nefasto saben, lo traicioné, teníamos un trato, ella sería nuestra, así fue siempre, lo planeamos lenta y delicadamente, fuimos muy cuidadosos en marcar los pasos.

Comenzamos en mi adolescencia cuando la conocí, fue la experiencia más intensa que he vivido, un golpeteo asfixiante, lo vi. Sé que suena imposible, pero cada latido hacía que se marcara la silueta de mi corazón en mi pecho, dolía, pero era inevitable, ella lo hacía y después la sin vergüenza tuvo el descaro de sonreír ¡hijo de puta! ¡Que sonrisa!

Crecimos con el ideal y la convicción que sería nuestra, había comenzado a planear mi felicidad. La tenía en una caja fuerte, era inquebrantable. Paso por paso seguí las instrucciones que había elaborado y  actuando con mucho cuidado se fueron llevando de manera exitosa todas y cada una de ellas.

Pasaron los primeros años y por circunstancia de la vida nos fuimos alejando poquito a poquito hasta que desapareció de mi vista, no porque la separación hubiera sido muy distante, sino porque apunté mis ojos a otro lugar.
Me empezó a seguir saben, hay alguien que no tolera las traiciones y que cumple las promesas y los juramentos hasta con su último hálito o mejor dicho con su última palpitación, al traicionarlo juró vengarse y cumplió.

Sucedió cuando salí de mi adolescencia, ya un poco mayor, se cegó completamente, me dejó solo, quedé incompleto, desertó de mi cuerpo y me dejó a la deriva. En un arrebato de cólera, comencé mi andanza con la sangre fría, sin algo que la hiciera circular.

Cada persona en la cual buscaba refugio o amor, terminaba siendo una cárcel, y aquél bastardo se llevó el mapa y las instrucciones del plan, me percaté de ello pues en muchas ocasiones decidí regresar a los planos originales que señalaban los pasos para construir mi felicidad, es ridículo, por un ataque de vísceras me aparté de la senda que dibujé por años, la que me llevaría hacía ella, la que haría que escribiera de cosas felices y de sueños cumplidos, aunque eso me haría un mentiroso, sería feliz. Después de cada intento infructífero de sentir algo por alguien más, en esta ocasión con total convicción, me decidí a buscarlo y recuperarlo a él y al mapa.

No tenía la llave de mi prisión, me mantuve ahí cautivo, inerte, melancólico, con ímpetu rebelde y un alma hambrienta. De repente, apareció ella y con sus ojos me mostró la salida de aquella celda.

En su hombro venía él, aquél perro desgraciado no me había abandonado, fue por ella, quien acudió a mi rescate, sin embargo cuando ordené a mis ojos mirar hacía ella, los suyos ya miraba hacía otro lugar.

Me lo restregó por dos años, día tras día, hora, tras hora. Y hubiese sido menos tiempo si no me hubiera regresado arrastrando a mi prisión, donde cerré la celda y sucumbí junto a mi corazón.

Llegué a olvidar a la esperanza, vi la eternidad y era monótona y nefasta, pero solo estaba viendo el panorama a través de los barrotes de su cuerpo. Vaya prisión más desagradable, me pudo haber tocado al menos una resignación más agradable como las que muestran en Suecia o Ámsterdam, pero no fue así, cada vez que era encerrado, era en el mismo lugar.

Un día regresó la luz y mis barrotes había desaparecido, ahora mirábamos al mismo lugar y avanzamos de la mano, al menos las primeras fases del plan dejaron un encausamiento marcado en su pecho que durante las noches le preguntaba por el rastro de mis dedos en su piel, así fue como ella regresó a mi y me liberó una vez más.

Después la vida decidió llevar a cabo una broma, tan macabra que me hizo refundir en mi miseria, soltaron a todos los perros de la cárcel y seguían el rastro de mi aroma, me mantuve sigiloso andando de manera furtiva y mientras merodeaba en la obscuridad, pensé en ella y en la lluvia y en como se ponía su cabello húmedo y el olor de su piel cuando reacciona con el agua.


Así fue, nos alejamos una vez más poquito a poquito y cuando vencí a la cobardía que reinaba en mi cuerpo, dando vida al alma de león que llevo dentro, vine a refugiarme a la banca donde estoy sentado, en el parque en el que alguna vez la conocí, viéndolos, acariciarse sus almas con la lengua, besándose violentamente y apartado en mi sufrimiento, anhelo nuevamente el resguardo cobarde que me daban los barrotes de su prisión.


Azuré

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