Usualmente lo odiaría, me
conozco, con todo el rencor que sé generar y con el dramatismo que corre por
mis venas, me sería bastante fácil odiarlo y hacer de todas estas
eventualidades una historia trágica, seguramente buscaría la manera de
inmiscuirme en sus vidas para recuperarla, pero a mi nadie me robó la
felicidad. Yo le di la espalda durante años, cuando mueves el kaleidoscopio de
tus ojos, aprendes a observar las cosas que realmente valen la pena, ya no hay
tantas divisiones ni colores que distraen de lo que importa.
¿Por qué no lo puedo odiar?,
debería, es algo que sé hacer con maestría y con bastante facilidad, se podría
decir que odiar es algo que incluso me… ¿llena?, no eso sí que es miserable y
yo solo soy un hombre que disfruta de la tristeza, no de la miseria. A decir
verdad, creo que nunca he podido odiar, solo levantaba barreras de desprecio y
pedantería, pero me estoy desviando del tema, ¿por qué no lo puedo odiar?
Quizá es porque gracias a él
puedo ver lo que siempre he querido, lo que siempre he anhelado y lo que
procuré desde mi prisión a través de los años… Su sonrisa, Dios mío que
deleite, ¿han visto esas curvas? Es un medio círculo perfecto, ¡que dientes! Me
invitan, incitan a mantenerlos visibles, que esos labios no se muevan de lugar,
bueno al menos que sea para besarme.
Y de repente, los veo moverse y sí, están sobre los suyos, de arriba a
abajo, se concentra unos segundos
en el labio inferior, como si lo saboreara o extrajera algún dulce de ellos y
después besa el de arriba aunque con menor intensidad, quizá es porque no tiene
tan buenos labios como los míos, ella disfrutaría más de los míos.
Le está sacando el alma de su
cuerpo a través de su boca y enfrente de mi, carajo, con qué descaro… los veo
separarse lentamente el uno del otro y ahora se miran los ojos. Malditos cursis
y ridículos, contaminan mi vista, bueno tú no, solo el ladrón de sueños que
está fanfarroneando enfrente de ti.
Entre tantos nombres que le puedo
dar, “ladrón” no es uno de ellos. Yo solo cometí un fraude, engañé a mi
corazón, fui nefasto saben, lo traicioné, teníamos un trato, ella sería
nuestra, así fue siempre, lo planeamos lenta y delicadamente, fuimos muy
cuidadosos en marcar los pasos.
Comenzamos en mi adolescencia
cuando la conocí, fue la experiencia más intensa que he vivido, un golpeteo
asfixiante, lo vi. Sé que suena imposible, pero cada latido hacía que se
marcara la silueta de mi corazón en mi pecho, dolía, pero era inevitable, ella
lo hacía y después la sin vergüenza tuvo el descaro de sonreír ¡hijo de puta!
¡Que sonrisa!
Crecimos con el ideal y la
convicción que sería nuestra, había comenzado a planear mi felicidad. La tenía
en una caja fuerte, era inquebrantable. Paso por paso seguí las instrucciones
que había elaborado y actuando con
mucho cuidado se fueron llevando de manera exitosa todas y cada una de ellas.
Pasaron los primeros años y por
circunstancia de la vida nos fuimos alejando poquito a poquito hasta que
desapareció de mi vista, no porque la separación hubiera sido muy distante,
sino porque apunté mis ojos a otro lugar.
Me empezó a seguir saben, hay
alguien que no tolera las traiciones y que cumple las promesas y los juramentos
hasta con su último hálito o mejor dicho con su última palpitación, al
traicionarlo juró vengarse y cumplió.
Sucedió cuando salí de mi
adolescencia, ya un poco mayor, se cegó completamente, me dejó solo, quedé
incompleto, desertó de mi cuerpo y me dejó a la deriva. En un arrebato de
cólera, comencé mi andanza con la sangre fría, sin algo que la hiciera circular.
Cada persona en la cual buscaba
refugio o amor, terminaba siendo una cárcel, y aquél bastardo se llevó el mapa
y las instrucciones del plan, me percaté de ello pues en muchas ocasiones decidí
regresar a los planos originales que señalaban los pasos para construir mi
felicidad, es ridículo, por un ataque de vísceras me aparté de la senda que
dibujé por años, la que me llevaría hacía ella, la que haría que escribiera de
cosas felices y de sueños cumplidos, aunque eso me haría un mentiroso, sería
feliz. Después de cada intento infructífero de sentir algo por alguien más, en
esta ocasión con total convicción, me decidí a buscarlo y recuperarlo a él y al
mapa.
No tenía la llave de mi prisión,
me mantuve ahí cautivo, inerte, melancólico, con ímpetu rebelde y un alma
hambrienta. De repente, apareció ella y con sus ojos me mostró la salida de
aquella celda.
En su hombro venía él, aquél
perro desgraciado no me había abandonado, fue por ella, quien acudió a mi rescate,
sin embargo cuando ordené a mis ojos mirar hacía ella, los suyos ya miraba
hacía otro lugar.
Me lo restregó por dos años, día
tras día, hora, tras hora. Y hubiese sido menos tiempo si no me hubiera
regresado arrastrando a mi prisión, donde cerré la celda y sucumbí junto a mi
corazón.
Llegué a olvidar a la esperanza,
vi la eternidad y era monótona y nefasta, pero solo estaba viendo el panorama a
través de los barrotes de su cuerpo. Vaya prisión más desagradable, me pudo
haber tocado al menos una resignación más agradable como las que muestran en
Suecia o Ámsterdam, pero no fue así, cada vez que era encerrado, era en el
mismo lugar.
Un día regresó la luz y mis
barrotes había desaparecido, ahora mirábamos al mismo lugar y avanzamos de la
mano, al menos las primeras fases del plan dejaron un encausamiento marcado en
su pecho que durante las noches le preguntaba por el rastro de mis dedos en su
piel, así fue como ella regresó a mi y me liberó una vez más.
Después la vida decidió llevar a
cabo una broma, tan macabra que me hizo refundir en mi miseria, soltaron a
todos los perros de la cárcel y seguían el rastro de mi aroma, me mantuve
sigiloso andando de manera furtiva y mientras merodeaba en la obscuridad, pensé
en ella y en la lluvia y en como se ponía su cabello húmedo y el olor de su
piel cuando reacciona con el agua.
Así fue, nos alejamos una vez más
poquito a poquito y cuando vencí a la cobardía que reinaba en mi cuerpo, dando
vida al alma de león que llevo dentro, vine a refugiarme a la banca donde estoy
sentado, en el parque en el que alguna vez la conocí, viéndolos, acariciarse
sus almas con la lengua, besándose violentamente y apartado en mi sufrimiento,
anhelo nuevamente el resguardo cobarde que me daban los barrotes de su prisión.
Azuré
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