Quizá fue derivado de la
transfusión de sangre que sufrió su cuerpo, el cambio de aires o el sonido resonante del mar, ahora era otra sangre la que corría
por sus venas, ya no era la mía, o aún peor ya no era la suya la que yo hacía
hervir, la que corría más rápido por su cuerpo cuando le hablaba o la que hacía
que sus ojos le brillarán más bonito cuando la buscaba.
Realmente no lo sé, ni lo sabré,
el coraje y la valentía han muerto, son virtudes obsoletas e inaplicables en
este mundo tristemente moderno, se extinguieron cuando las personas dejamos de
practicar la honestidad, que falta nos hace. La mentira siempre nos hizo creer
que ya no necesitaríamos de la verdad, pero ah que equivocados estuvimos en
creerle.
Igual y a su interés se le
durmieron los pies, y alguien más se robó los ojos que intenté guardar en mi
bolsillo, no para cautivarlos y cegarles, sino para llevarlos a un panorama
mejor, más bonito, con atardeceres más rojos y más coloridos y con amaneceres
más claros y radiantes.
De sus labios no salió una simple
palabra que pudiera hacerme pensar distinto, pero fue su indiferencia la que
marcó la senda hacia el final. No fue escabrosa, ni estruendosa, mucho menos
llamativa, fue un escape furtivo, una muerte sigilosa, una mañana
repentinamente despertó y a alguien más le pertenecía el cariño.
No es algo lindo de ver como
pasa, mucho menos vivirlo, el sentir como poco a poco el afecto se va
desvaneciendo, yéndose con el viento viajando lejos, revolcándose con todas las
hojas que yacen muertas en el suelo frío de otoño. Yo lo sabré, yo que hace
unos meses corté de su tallo la flor de 30 rosas rojas, no le tuve el mínimo
respeto a la memoria del ruiseñor que dio su vida por ellas, pues así como a él
le perforaron su corazón con espinas, a mi me lo pisotearon en la esquina de la
incertidumbre.
Azuré
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