Era un día diferente, lo notó cuando el viento arañó su cara al despertar
Le temblaban las rodillas, había hecho un largo recorrido sin dirección fija
En sus manos empuñaba una fotografía que le impulsaba a volar
Luchó desde que nació, siempre con un ideal y un camino que aflija.
Los sueños lo mantenían de pie, casi siempre entorno a la fotografía que empuñaba
Narraban historias de su vida y de sus días felices, cuando el caramelo no era agrio
Cuando las hadas aún le visitaban en las noches, quizá lo que más anhelaba
La ausencia se llevó su luz y todo lo poco que le quedaba se lo llevó el río.
Esa
fotografía, ¿Qué había en ella?, ¿Qué le recordaba?, ¿Por qué no podía
guardarla en su mochila?, esa empuñadura era una clara señal de su dependencia
a los recuerdos que de ella emanaban, no implicaba algo relacionado al amor,
excepto por sí mismo, no implicaba sueños que le traicionaron, había algo en
ella que lo transportaba a su sonrisa, un enigma que nunca comprendió.
Si bien es
cierto que es fundamental conocerse a sí mismo para poder vivir, él se conocía
o al menos eso creía pues, tenía dos grandes y enfermizas tendencias, como la
mayoría de las posibilidades y las vertientes, una tendía a algo positivo y
otra a lo negativo, podemos partir de que las tendientes y elementos pueden ser
destinados y dirigidos a la perspectiva que uno desee, simplificando estos
factores uno era positivo y otro negativo.
El primero
consistía en su facultad de traicionarse a sí mismo justo cuando estaba a punto
de ser feliz, ahora bien la felicidad es un camino y es algo momentáneo, quizá
era la forma en la que su subconsciente le hacía ver que hay más y debía buscar
más a fondo terminando involuntariamente con sus momentos superfluos de
felicidad en busca de más, quizá una ambición desmedida, buena en el sentido de
evitar el conformismo pero dejando pasar dichas invaluables, dejando pasar
cosas no fungibles, o al menos al momento eso creía él.
Por otro lado
estaba su fascinante instinto de sorprenderse a sí mismo a través de
actuaciones inesperadas, usualmente direccionadas a entregarse a los demás, era
una necesidad de sentirse un héroe, de buscar dar un poco más, algo enfermizo a
veces pues eso le costó el desprecio de muchas personas, lejos de Hércules o Cuauhtémoc,
a millares de kilómetros de León Magno y de Sócrates, simplemente un tipo con una fotografía empuñada en
su mano, intentando avanzar por el camino amarillo hasta la tierra de Öz,
haciendo amigos en el camino y luchando por los sueños que le impulsaron, los
que aterriza en la fotografía.
Al final de su
travesía tomó su fotografía y vio una vez más dicha imagen, la cual le había
impulsado y hecho llegar a una buena distancia, la cual le hacía despertar
espontáneamente con una sonrisa, la cual le recordaba al sonido de las voces de
las hadas y a las olas que ocasionaba el nado de su sirena, la caricia más hermosa
que existe en el mundo, lamentablemente el tacto de la sirena a los mortales es
prohibido, por lo que las olas que provocaba su aleteo son como caricias, besos
y palabras de amor.
Una vez más
miró la fotografía mientras una lágrima rodaba por su mejilla acariciándole
cual sutil nostalgia, la analizó y vio en ella al niño que poco a poco sofocaba
su vida, extinguiéndolo, el niño
con una gran sonrisa, en el fondo las hadas y su sirena ondeando en el
horizonte, riendo en el mar. se vio a sí mismo cuando la vida era más sutil
"Pobre niño, no te sueltes, sujeta la soga con fuerza, pronto te salvaré...."
Azuré
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