El lienzo se seguía poniendo
azul, sin importar el color que habitara en la punta del pincel. Sus lagrimas
se integraban de un elemento distinto al agua ya que eran coloridas y variaba
según la causa de su llanto. La princesa a lo lejos le observaba jurando que
nunca lo había traicionado y que aún podían intentar gobernar juntos el reino
que constantemente los veía fracasar.
No era invierno, sin embargo su
corazón estaba helado, había perdido gran parte de la pasión que lo
caracterizaba y a la vez que lo ayudaba a alzar el vuelo y merodear por las
nubes. Era primavera y ni eso logró evitar que las flores revirtieran su
proceso, comenzando marchitas sin haber tenido la oportunidad de florecer. No
había monstruos, no había fantasmas, ni dragones de muchas cabezas que
derrotar, solo estaba él y la enfermiza necesidad de seguir demostrándose por
qué valía tanto a pesar de que no
era percibido así por quienes él quería que fuera percibido.
La chica de la sonrisa roja, una
conocida dama por mantener un estado altivo y abusar del labial rojo, le
visitaba constantemente en sus horas de melancolía es decir a toda hora en
cualquier día, incluso cuando lo visitaba en sus sueños derivado de la
conexión mágica que los unía, sus
sueños eran melancólicos. En realidad es algo bastante cómico, pero no lo puede
percibir así porque está muy ocupado lamentándose.
Todos necesitaban algo en que
creer, él eligió a las sirenas, pues siempre le pareció deprimente el comportamiento de los seres humanos, tan poco original, tan ciclado,
alienado y dependiente, ya sea a tendencias u opiniones, a ejemplos o
canciones y casi nunca a sueños y pasiones. En su mayoría carentes de ambición por trascender, por lo cual
optó por creer en las sirenas, pues suponiendo sin conceder que fueran como las
que andan por tierra, al menos ellas tienen la habilidad de crear ilusiones con
su canto hipnótico, creo que así es el enamoramiento. Un
hipnotismo por tiempo indeterminado y una vez que entras en transe, en cualquier momento regresas a ese mundo irreal.
Nunca le ofreció las estrellas a
ninguna mujer, siempre creyó que bastante lindas se veían allá arriba como para
tener que bajarlas a la tortuosa sociedad que radica en este mundo tan
maravilloso, un mundo que no merecemos en realidad. Él prefería ser quien fuera
a visitar a tan enigmáticos cuerpos celestes, nunca fue un gran fanático de
tener los pies en la tierra.
La princesa poco a poco lo fue
convenciendo, y él poco a poco fue bajando la guardia y creyendo. Al final
quien tiene en sus manos su felicidad o miseria es él, siempre le pareció
absurdo el canalizar las emociones con el cerebro, aunque siempre lleve a la
mejor decisión, un balance emocional apropiado, siempre fue creyente y
partidario de cometer los errores para aprender de ellos, uno no aprende igual
de los libros o de historias de terceros, a veces hay que vivir a carne de
cañón.
Sin embargo siempre respaldó la teoría
que todo lo que la mente quisiera, tendría que ser respaldado por el corazón,
así dejar que la pasión enerve tus decisiones y que con firmeza, al tomar una
decisión, no dejes oportunidad de retractarte.
Azuré
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